lunes, 29 de agosto de 2016

Debatientes y oradores, dos caminos que se abren peligrosamente


Escueta pero necesaria reflexión acerca del valor y forma de la palabra en el ejercicio del debate.
Buenos debatientes, los mejores, con dudosas, escasas y hasta inexistentes capacidades oratorias. Este es el más claro indicio de que es tiempo de hacer un giro, si se quiere, hacia lo espontáneo. El orador es cada uno en su diferencia y no una imagen copiada de los sobrados manierismos del pasado.
Por eso suelen ser vencedores (me refiero a las gestas de debate) aquellos que estudian o se relacionan con profesiones que se constituyen en base a un lenguaje artificioso. No son personas las que hablan, son instructivos, son comunicados, formas normativas ¿Es eso lo que buscamos en un orador? ¿Es eso un orador? Porque de ser así premiamos una especie de orador universal -parafraseando y volteando un poco el concepto de Perelman para auditorio- y este sería tan inverosímil como ineficiente en la vida real ya que, no existiendo matices en su discurso –simplemente es EL discurso- la persuasión desaparecería dando lugar -y ya lo hace- a la coerción de la forma del poder que la legitima. Los charlatanes suelen manejarse en esta dirección ya que invaden la interacción con formas declaradas de buen uso e ilustradas y detrás de aquello la sustancia, léase el fondo, se hace prácticamente invisible.
Sin persuasión, el convencimiento se torna difícil y ajeno en una sociedad multiforme, por tanto tendría que ajustarse a un indicador fijo de calidad, una especie de ISO para el lenguaje hablado y desde allí, motivado necesariamente por el poder y la violencia que de este emana, declarar por primera vez lo verdadero, lo único, lo esencial de la comunicación.
El placer de la palabra quedaría atropellado por el hacer normado, cuestión que ya es parte de una lucha constante que tiene el lenguaje con el poder, pero que ahora vería su ‘golpe de gracia’ en expresiones supuestamente libres como el debate, ese que intenta impactar en lo social bebiendo de la ambrosía académica en sus formas más pretéritas.

Hablemos como personas. Los giros estilísticos profesionales son solo para llenar formularios y alinear procesos en ciertos ejercicios laborales. Puestos en escena son un espectáculo de fuegos artificiales solo para mentes sujetas a la verecundia y se convierten en legítimos para otros –iguales- que operen dentro de la misma norma internacional.

Allá afuera hay personas, no jueces, no funcionarios.