jueves, 19 de marzo de 2009

Tocando el sol

(O réquiem para sus intentos fallidos)


Ensayo hermético sobre la condición inviable de la libertad.


Free at last, free at last!! (Martin Luther King)
¿Para qué Mr.King?

Nada más lejano y menos escabroso, nada más infinito y ajeno a nuestras habilidades pedestres.
Más allá de los acogedores y nauseabundos brazos de nuestra aldea. ¿Será necesario ser libre?... ¿escapará la libertad a su prisión sistémica?
Y es que la libertad como quimera ideológica odiosamente obligada, como esencia última y rúbrica perfecta a nuestros anhelos inferiores no tiene cabida en el reino de este mundo; puede deslumbrar como el astro rey pero nunca ser alcanzada. Es un acto de fe y no un atisbo al conocimiento.

La razón me fecunda y se dispara contra los muros de la intolerancia y es allí donde el gran nombre, la esperanza suprema, el plus ultra de nuestro devenir, se desvanece y se oculta merodeando por los abismos de la utopía insulsa. Es claro que la madera, incluso muerta sostiene al árbol, sin embargo no porque algo esté de pie está vivo. El concepto de libertad está de pie, se sostiene, parece vivir, no obstante, arrastra una necrosis terminal y contagiosa. La sed de conocimiento lanza su haz de luz sobre la palabra, ésta, pierde todo valor.


Pienso, luego comienza mi destierro.

No hay motivo para ser libres, existe el deseo y la pasión pero nunca se aproxima la razón en su desarrollo. La libertad como tal, definida hasta los tuétanos y muchas veces de formas antojadizas, no deja de ser un oasis, una ilusión de carretera, un charco de agua en la soledad desértica del conocimiento universal y es allí, enfrentada a su expresión más humana y más utilitaria, que se aleja y nos burla con su reverberación enferma, aquella sublimación que no se realiza en el crisol de nuestro entendimiento, y que nos deja vacíos, mínimos practicando hasta la saciedad el laborioso solve et coagula de los alquimistas, Fumando pipas en la tribu, dejándonos crucificar y reencarnando indefinidamente en las formas de moda.
La libertad, carente de toda sinonimia honrosa (razón por la cual debo manosearla hasta el cansancio) sobra a su propia forma, al condicionar se anula a sí misma, como Ouroboros -el mítico dragón que engulle su cola- se devora eternamente y no alcanza el logro de su promesa, por tanto es nula, ineficiente, musa inspiradora de carácter platónico, sin carne, sin humanidad, sin vida. Aforismos tristes como “la libertad del uno termina donde comienza la del otro” son un ejemplo clásico de mentes finitas, temerosas y sin capacidad de discernimiento; Es el reconocimiento pleno del carácter limitado de nuestra palabra, fronteriza en esencia pero nunca trasgresora, conciente de sus límites y encadenada a la censura, al escozor que provocan los sueños imposibles.
Es en este estadio donde los hombres de buena fe rinden un sutil cortejo a la soledad, al ostracismo, se vuelven huraños y toman conciencia de su fractura con el mundo de los ‘normales’, la libertad por tanto, ataca al ser social en todo su espíritu, o por lo menos en el nivel de realidad que podemos palpar en el horizonte de las relaciones interpersonales, donde todo proceso de conocimiento por consensuado que parezca, supone un conflicto, de intereses, egos y de espacios personales que no toleran la intromisión, menos aún, la expropiación de los cada vez más escasos momentos creativos por otros ajenos a nuestros intereses.


A la hora de jugar... Merci bien Messier Foucault.
Hesse vio el estigma.

El desarrollo de nuestras potencialidades intelectuales, se estrella terriblemente contra el cristal protector de la metrópoli soñada. Allí nuestra sociedad profana y sacrosanta se reafirma en el miedo a romper el acuerdo y condena a la soledad, a ser un lobo estepario, sin duda, toda violencia, en las más coloridas formas –incluso en el lenguaje- será ejercida, quiéranlo o no, sobre el alma atormentada de quien ose mentar el deseo insano del saber, son las condiciones del juego. Aquí mi buen amigo galo ilumina nuestra ansiedad ajustando el concepto del conocimiento como “el territorio donde se desarrollan todos los conflictos” su maravillosa microfísica del poder nos sitúa a las orillas de la sociedad desde el momento fatídico de la toma de conciencia.
Y que hacemos entonces ¿llorar? ¿Huir? ¿Tratar de ser libres? difícil elección, la conciencia es amarga y no precisamente de fruto dulce; Sabemos que no es posible realizar la conquista de la libertad, es el paradigma falaz de nuestra sociedad, el anestésico perfecto, mucho más que el poético ‘opio’ de los pueblos. Debemos ser estoicos entonces o volver al rebaño; siempre supimos del viejo adagio “natura non facit saltus” por tanto no podemos quejarnos, el cambio fue progresivo, gradual y aún así nos sorprendió hurgueteándonos la nariz.
Caín aparece como un apóstata y su estigma una revelación. Sin avanzar en honduras teológicas poco reveladoras, no podemos sino detenernos en la sensación de diferencia y de aislamiento acusado por cada ‘individuo’ que acomete contra los acuerdos incondicionales de la sociedad moderna, uno de estos acuerdos, quizá el menos honroso, sería sin duda la promesa de libertad y en ella participan todos los actores del escenario social: estados, religiones, culturas y sus distintas razas, todos en un camino sin fin, en una peregrinación ciega hacia el abismo. Tener conciencia propia es saberse distinto, ajeno y por ende prisionero; por otra parte, la ausencia de conciencia es la fantasía bidimensional más efectiva del planeta. El juego que mantiene químicamente equilibradas todas las mentes y los anhelos de la ‘colonia’, el mundo feliz que avisó Houxley y que se sostiene en el gran discurso del Ser Social. Es extraño ¿no? Hoy alabamos a quien mejor conoce el juego y no a quien tiene necesidad de ver más allá del tablero.

Camino al fratricidio o ¿será mejor volver?

Y aquí se encuentran muy pocos, camino al sol, a sabiendas de sus terribles llamaradas, nada peor, nada mejor. Podemos volver atrás y gozar como niños –algo menos lúcidos- tratando de alcanzar los sonajeros de la cuna, podemos incluso caminar con prestancia y seguridad, podemos ser felices (condición sin valor agregado y casi absurda a estas alturas) y vivir la ilusión de la trayectoria infinita, sin pensar siquiera en realizar la libertad, ya que el absoluto es aniquilamiento, individual, único, antisocial. Nuestra vida –en el estado que la conocemos- no soporta dicho análisis.
Sacrificar el concepto de sociedad o de aldea global, por el de conocimiento pleno, razón intrínseca y autoconciencia es el paso a seguir, realizar las esperanzas retóricas de Luther King y tantos otros Nowhere men –iluminados y ajenos-, sólo se lograrán en la medida que reneguemos del pasado colonial y podamos soltar la mano benefactora e inerte de la madre Historia. El non serviam al establishment debe alejarnos e individualizarnos, llevándonos entonces al fratricidio de la sociedad que conocemos. El sacrificio, luego de nuestra infinita pasión, redimirá las conciencias únicas y humanas en lo absoluto de su esencia. La libertad no existe, y eso es indiscutible, en el desmedro de las potencialidades del individuo, por infinitas e intrincadas que estas parezcan, la libertad fluye en la realización del ser en cualquiera de sus dimensiones y atributos. La condición última del concepto libertario se desarrolla de forma inversamente proporcional a la sociabilidad del mismo y se condiciona a la capacidad única y realizable de la voluntad humana; como una cédula, es personal e intransferible.
Es tiempo entonces de reivindicar al ser humano como la medida de todas las cosas, todo fluye de él y a él todo fluye; el universo esta dentro de nosotros y desde allí se expande hasta el infinito.
Asumiendo la sensatez, estamos lejos de tocar el sol, incluso de darle una mirada franca, mientras tanto, haremos de la sentencia de Goethe en su lecho de muerte, nuestro grito de esperanza. Basta de tinieblas, retiremos el velo de la ignorancia y la inercia. El diablo se viste de oveja...

Mehr licht, mehr licht!!

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