Una verdad incómoda.
El anticlimax mediático.
Cuando ya hay rumores cercanos de éxito en el rescate de los mineros atrapados en la Mina San José, surge la odiosa, pero necesaria, pregunta:
¿Ahora qué?
Dos caminos iluminan este análisis, que por poco empático que parezca, es tremendamente necesario. Dos distintos protagonistas y un par de especulaciones a modo de baticinio.
Para el Gobierno
Definitivamente la explosión patriótica iría en baja. El 18 chico es cosa del pasado y con ello los últimos olores a carne y pipeño del Bicentenario dejan lugar a la reflexión del año que se acaba.
Con los mineros fuera de peligro sería imposible seguir apelando al vínculo patriotero -la falacia ad populum y ad misericordiam- que se haría demasiado evidente como fin último de la intervención.
Vendrían los tiempos de cumplir reales promesas, de volver a insertar a 33 trabajadores a la vida laboral y con eso gestionar una estabilización total en el sector minero para tantos otros (incluídos sus compañeros de faenas) que pasan por las mismas dificultades y carencias día tras día.
Pero ese trabajo es lento, no lo resuelve un taladro, a no ser de que éste logre traspasar la desigualdad social y el poco acento en custiones laborales y sindicales que ofrecen nuestros gobernantes.
Sin un frente común por el cual luchar y hacer valer su participación, el gobierno deberá hacerse cargo de los coletazos que deje la encendida apuesta mediática que tantos dividendos -en el mismo ámbito- le ha entregado.
Con los 33 mineros fuera de peligro, la mirada puede elevarse al horizonte donde miles de ellos están incluso mucho peor.
Ese será el momento de evaluar el accionar del gobierno en una situación real, no teñida por la catástrofe y menos por las emociones desbordadas.
¿Será seguro, desde allí en adelante, trabajar en cada uno de los piques de nuestro país?
Para los mineros
Sobreponiéndose al enorme dolor que han tenido que soportar ellos y sus familias, lo cual es incomparable y quizás irrecuperable del punto de vista sicológico, se enfrentarían nuevamente a uno de los gestos más dramáticos para nuestra sociedad en desarrollo: el día a día.
Y aunque los millones regalados por Farkas y otras prestaciones grotescas entregadas por privados (esto incluye hasta pasajes para viajar a Europa) puedan mitigar parte del sufrimiento, surge la duda honesta.
¿Podrán mantener un estilo de vida digno?
Y otra que por extraña no deja de golpear las conciencias
¿Podrán retomar una vida normal?
Los obsequios dejarán de llegar cuando el foco de los medios deje de iluminar la tele-caridad. El dinero regalado si no es bien invertido será un triste recuerdo. No todos podrán ser taxistas ni menos tener su propio negocio en la casa. Muchos de ellos tendrán que volver al rubro, en la medida que puedan superar el trauma. Y la vida nuevamente reclamará su lugar. Las obligaciones no se pueden obviar y para eso se necesitaría un empleo digno y seguro.
No es pesimismo, es una válida inquietud acerca de este contaminado proceso de rescate. Las personas son lo primero ahora ¿lo seguirán siendo más tarde?
Espero que sí.
Siempre.
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