¿Dónde intervenir?
Cuando todavía se lamentan las pérdidas humanas del terrible incendio en la Cárcel de San Miguel, la reflexión central sobre cuál es el problema de fondo se escapa como un gesto a razón utópico.
El problema no se inicia en los módulos penitenciarios, en el hacinamiento, en la falta de gendarmes o en la ausencia de políticas de respuesta rápida ante situaciones de emergencia.
El problema sigue siendo, LA EDUCACIÓN.
La cortina de humo que ofrece la 'nueva reforma' -o la fijación de todo un discurso politiquero en una declaración de anhelos sin basamento argumental- y se expresa en premios en dinero, carreras profesionales gratis y viajes al extranjero (no es un concurso televisivo!) es la señal definitiva de que la Educación, no es el foco, no es el objetivo, siquiera uno de tantos.
Pero es ahí donde podemos detener el aumento de la brecha social que lleva en muchos casos al resentimiento y pasa a ser - para muchos jóvenes- la justificación y el detonante de una eventual carrera delictiva.
Una persona que tiene las herramientas para conocer, para comprender y luego reflexionar puede involucrarse en una sociedad que poco a poco se aleja con asco de las periferias mentales y geográficas. La educación trabajada de manera profesional y rigurosa desde los primeros años del individuo ayuda de manera eficiente a sanear una sociedad cada vez más confusa.
Conocer y ser parte de la historia del propio país y de los procesos mundiales ayuda a forjar una identidad que se expresa en un mayor grado de pertenencia con la propia cultura y un alto grado de participación en el mundo cívico. Sin historia existe la posibilidad de que los conflictos pasados sufridos y medianamente resueltos, aparezcan como un nuevo problema a resolver.
Muchas veces las pendientes resbaladizas son conflictivas y de carácter negativo. En este caso es un efecto dominó virtuoso: Educar es el comienzo de una sociedad más justa y honesta.
El fuego de las cárceles se apaga muchos años antes en las aulas de aquellos docentes, que mediando un esfuerzo ininterrumpido, siguen siendo infravalorados en sus funciones, participando de un proceso jamás legitimado en justicia por el Estado, la enseñanza.
Sabemos que el mercado de educar no es tan rentable para los gobiernos cortoplacistas -como la mente de algunos operadores- sin embargo, a la larga, la inversión legítima y generosa de un Estado a la Educación del País es la atenuación posterior de aquellos conflictos y desgracias de los cuales ya no queremos escuchar más.
Quienes más saben de educación son quienes educan, aquellos que guían las vidas de los que se inician en el conocimiento del mundo.
¿Por qué no preguntarles entonces a los expertos?
Porque el objetivo, lamentablemente, no es ese.
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