Cuando el mercado –como paradigma de acción de nuestra
sociedad occidental y lamentablemente de otras tierras de ultramar- está
presente en cada respiro de humanidad, en cada verso del poeta y en cada
política de gobierno, una sospecha sensata, pero a la vez casi esquizofrénica,
es sindicarlo regularmente como causante de todas y cada una de nuestras
desgracias.
¿Qué tiene que ver esto con los terremotos?
Trataré de explicar esta alucinación.
Imaginemos un modelo científico de predicción, exacto, perfecto, inexorable que permita establecer, sin temor a equivocarse, el día y hora de un gran sismo, así como también su magnitud y eventuales daños. ¿Seríamos felices? ¿Podríamos respirar aliviados?
¡Claro!, ese día los niños no irían al colegio, mucha gente
se ausentaría –con justa razón- de sus trabajos para estar cerca de la familia.
Otros dejarían la ciudad en la víspera del remezón. Algunos, no pocos, con la
carta de pronósticos en mano, podrían evaluar re establecerse en las ciudades
más alejadas de la eventual catástrofe.
¡Qué bien! Es cosa de organizarse y así no lamentaríamos
pérdidas humanas. Un país se puede levantar de los escombros y para eso sólo
necesita de sus ciudadanos.
Podemos dormir tranquilos entonces. Pero -esa maldita
condición de refutación que acecha como un asesino en la oscuridad a cada
argumentación relativamente razonable, se hace presente como una gotera en la noche- ¿Qué pasaría con la
actividad económica?
¿No les importa a ustedes?
Eso es irrelevante porque a ellos sí les importa (entiéndase
por ‘ellos’ a esos ciudadanos de primera
clase a quienes las fluctuaciones mercantiles mantienen sanos y felices en sus
grandes holdings) y de ninguna manera
van a permitir que unos malditos movimientos telúricos impidan los generosos
flujos de caja.
Me explico.Si las persones de a
pie pudieran anticipar la regularidad e intensidad de sismos de gran
magnitud, es evidente que al corto plazo tomarían decisiones fundamentales
acerca del establecimiento en ciertas zonas denominadas ‘altamente sísmicas’.
Si en su ciudad existe una predisposición al terremoto ¿no sería sensato buscar
un lugar con mejores expectativas?
He ahí, el problema. De existir un sistema predictivo serio,
necesariamente esto influiría de manera notable en la vida de la población de
esos lugares. Sólo con saber que uno de esto días -ejemplo odioso- nuestra ciudad
recibiría –con certeza- un terremoto grado 8 o 9, las probabilidades de que la gente
abandone en masa la urbe serían muy altas. Más aún. Si supiéramos que en
ciertas ciudades la ocurrencia de un terremoto gigantesco estría fechada de
antemano, no pocos dudarían en instalarse en lugares más seguros.
¿Y qué pasaría con los servicios? ¿La industria? ¿Todo lo
relacionado con la economía?
Evidentemente con menos población, y de paso temerosa, las
grandes empresas perderían una enorme cantidad de ‘clientes’. Si pudiéramos
advertir con total exactitud los terremotos, esos días serían una ‘pérdida’
para el mercado. Hoy por hoy, los terremotos llegan sin avisar y eso hace que
la ciudad no se detenga hasta el momento exacto de la amenaza, luego, con gran
celeridad, los planes de reconstrucción son puestos en funcionamiento porque el
show debe continuar. La capacidad de
reacción es notable y las pérdidas cada vez menos importantes.
Pero eso es ahora. En el caso de poder predecir terremotos
la merma en la actividad económica sería increíblemente superior a la inversión
en labores de reconstrucción (porque alguien tiene que hacerlo y cobra por
ello) y la pérdida de algunas vidas.
En el delirio máximo, sospecho.
Un sistema predictivo real sólo traería problemas en las
economías de las ciudades altamente sísmicas. Obviamente en el largo plazo el
sistema se acomodaría a estas certezas y buscaría revitalizar la producción de
las ciudades ‘seguras’, sin embargo,
mientras eso sucede, las pérdidas serían cuantiosas y eso, en una economía como la nuestra, no se puede
tolerar.
A las transnacionales y a quienes comulgan con ellas no les
conviene que la gente sepa cuándo va a suceder un evento de gran magnitud. El
negocio se potencia usufructuando de la destrucción natural para volver a
construir. Para qué hablar de la ganancia electoral que tiene un desastre
natural en manos de gobiernos efectistas e impopulares. Si hay un terremoto y
no hay misericordia que vender, no hay posibilidad de manipular las emociones.
Ergo…
Hay momentos en que saber lo que va a suceder no es
negocio. Este es el momento. Quizás
mañana otro gallo cante.
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