¡Dios mío que insolente!
Casi un tema tabú es la ubicuidad del garabato -grosería en estricto rigor- en el discurso público. Algunos miran por la ventana, otros se hacen los dormidos. Unos pocos tienden a justificar su uso sin embargo la gran mayoría se apresura en condenarlo amparados en argumentos al menos verosímiles. La grosería, mirada como un desliz del lenguaje, se torna esquiva, a veces proscrita, nunca reconocida. Hija natural del maridaje entre rabia, pasión y lengua, goza de un uso extremo pero de un reconocimiento nulo.
Envalentonado en parte por el reportaje publicado este domingo en el hoy por hoy menos siútico inserto del Mercurio, Arte y Letras, titulado: Los garabatos en la controversia ¿Usted no lo diga? http://blogs.elmercurio.com/cultura/2009/04/12/los-garabatos-en-la-controvers.asp concentro mis esfuerzos en un concepto que no fue tratado con amplitud y que me tienta en lo más profundo. El debate público.
¡Echemos un par de...!
En nuestra sana historia republicana -nótese historia y no presente- la grosería se ha paseado por los honorables salones del Congreso Nacional y por el Elefante Blanco que alberga con tanto pesar y sin los dividendos prometidos nuestro puerto principal. Sin embargo, su uso queda restringido a la clásica puerta cerrada, a la libidinosa alcoba, al poco elaborado momento de distensión. Nunca en cámara -no debería- nunca en los espacios visibles de nuestros estadistas.
Pero antes de adentrarme en el sendero de las groserías mediáticas me detengo brevemente en algunas tristemente censuradas y otras confusamente permitidas. Esas que gozan de cierta venia popular, esas que son producto de la pasión masiva y que, cuando encuentran su espacio, son obligadas a callar.
¡Viva Chile Mierda!
El sinónimo de heces ni siquiera en las cuecas citadinas y con olor a importado encontró espacio. La famosa rúbrica del grito de guerra de nuestra nación fue lamentable y sistemáticamente atenuada en el folclor siendo reemplazada por el escuálido ¡mi alma! o un desolado ¡Huifa!. Nuestra expresión popular cae nuevamente ante el yugo de la matriz lingüística porque definitivamente la gente de campo no habla así.
Entonces ¿quién entiende? Se elimina de su lugar natural y se valida en otras circunstancias. Para ejemplo, es fácil recordar esos grandes momentos deportivos de nuestro país -porque son pocos obviamente-donde no sin menos pasión -y confusión- algún relator o comentarista estallaba en patriotismo primario y se permitía, con una especie de excepción popular- gritar a todo pulmón el mentado sustantivo. Lo peor, sienten que hay una especie de licencia para expresarse en una coprolalia mínima y forzada, porque el país arde de pasión, porque siempre nos perjudican, porque nos cuesta tanto. Hasta ahí, no veo argumento alguno.
Pero en la cueca ¿qué daño provoca un poco de mierda? digo, un poco de la expresión como muestra de actitud libertaria reflejo de una época emancipadora. Nada, es más, es el consecuente razonable de las tradiciones orales campesinas. Entonces propongo sacar la mierda del deporte -que está lleno de eso- y restituirla con honores al folclor.
Camilo y José Antonio
No son cantantes, más bien, son intérpretes tristemente célebres de la grosería en el lugar inadecuado. Porque todos sabemos, o al menos lo intuimos. En las sesiones de los honorables, sin cámaras y en sus comentarios de pasillo, la grosería es la moneda de cambio más efectiva. Sólo la luz de las cámaras de televisión evapora las groserías cuan vampiros del lenguaje sin necesidad de ajos y estacas.
Los honorables se insultaron en público ¿cuál es el tema de fondo?. Pienso que se abren dos flancos.
La grosería que quiere provocar daño:
Aún cuando no es un lindo gesto, la grosería injuriosa es en cierta forma un recurso útil cuando la razón abandona. Obviamente no habla bien de nuestro poder de control y menos de nuestra educación pero es útil, destruye, corroe la sanidad de las relaciones, provoca reacciones desmedidas, en resumen, en la mayoría de los casos, genera conflicto y ese es su objetivo fundamental.
Si Escalona quería 'molestar' al pre candidato radical, la grosería fue efectiva, logró descolocar a un hombre que parecía de hielo y lo colocó al mismo nivel de bajeza.
La grosería producto de la ignorancia (grosería comodín):
Si el objetivo ya no es causar daño por el simple hecho de violentarse por medio de la palabra, el gesto es, a mi razón, más vacío y triste. Porque refleja de manera exacta la poca preparación argumental de nuestra sociedad, la nula capacidad de validar nuestras propias ideas con bases sólidas. Definitivamente, la grosería que ocupa el lugar de nuestra razón se hace pobre e innecesaria.
Si Escalona pretendía hacer entender algo a Gómez, su esfuerzo sólo lo deja en evidencia de un escaso nivel de razón.
Debate público y grosería comodín
Nuestra sociedad deambula entre el miedo a hablar -no importando cómo fue aprendido- y el escaso nivel de templanza a la hora de enarbolar la razón. Porque si no se calla para 'no meterse en líos' se habla golpeado para asegurar su atención.
Se habla alto porque se confunde razón con seriedad y grandilocuencia y por eso nuestros estadistas son verdaderos 'ladrillazos' de abulia a la hora de hablar cosas importantes. La grosería comodín aparece en gloria y majestad ahí donde la razón abandona el discurso y donde la presión social empuja a pronunciarse. Que triste y vacío es el argumento que remata en una insolencia o una descalificación personal. El clásico Ad Hominem no es más que 'pobreza mental' amparada por panelistas y otros opinólogos que han hecho de ese gesto una institución incluso validad por la población que goza mientras se 'descueran' algunos títeres infelices de nuestra sociedad.
Por eso me interesó la palabra debate y su consecuente público. Porque la confrontación de ideas dentro de los marcos de respeto y en base a argumentación sólida es un fenómeno inusual de ver, algo así como un arco iris o la aurora boreal, bello pero escaso, muchas veces jamás visto.
El debate es la herramienta que puede llevar a la sociedad, ilustrada o no, a nuevos horizontes. El intercambio de ideas -no de puntos de vista- es la quimera de todo amante de las comunicaciones. Si no sabemos por qué pensamos lo que pensamos, no hay razón y sin razón no hay espacio si quiera a la opinión.
El resto es un triste status quo de estupidez y circo.
Si la palabra está en el aire ¿Por qué no tomarla?
Me parece interesantísimo tu blog, my brother, y me alegro mucho que hayas decidido revivirlo.
ResponderBorrarCon respecto al tema debo admitir que me parece genial como de algo tan contidiano como es la grosería, puedes redactar párrafos y párrafos con tanta facilidad. Me impresiona tu manera de escribir y expresarte.
Así que la grosería, ¿ah? Interesante manera de desgarrarla para hablar sobre varios de sus aspectos.
Apenas comencé a leer no pude parar. Debo confesar que hubo partes que debí releer.
Me gustó mucho esta parte:
"¡Viva Chile Mierda!
El sinónimo de heces ni siquiera en las cuecas citadinas y con olor a importado encontró espacio. La famosa rúbrica del grito de guerra de nuestra nación fue lamentable y sistemáticamente atenuada en el folclor siendo reemplazada por el escuálido ¡mi alma! o un desolado ¡Huifa!. Nuestra expresión popular cae nuevamente ante el yugo de la matriz lingüística porque definitivamente la gente de campo no habla así."
Por Dios que es cierto ;)
Besitos y sigue con este blog.
Ya me hice seguidora, ¿ah? ;)