Daños colaterales sobre el uso de la razón
“La razón siempre ha existido, pero no siempre en una forma razonable”
Karl Marx.
Es difícil pensar en algo más paradójico que la transgresión que provoca hoy por hoy el debate en la discusión pública y por sobre todo en un singular estado de derecho.
El poder de la palabra es inestable, de control imposible, genera imágenes que se hacen independientes de su autor y así, vivas e inquietas se tornan en un peligro para los anquilosados organismos de control.
No hay mejor referente para una sociedad saludable que la discusión franca y abierta en todos y cada uno de los temas propios de su desarrollo. Sin embargo es cada vez más fácil escuchar y leer prohibiciones de uso, que aún cuando no son tácitas, acaban con ciertas discusiones que pueden generar algún tipo de reflexión perturbadora.
Nuestra tradición parlamentaria ha instalado por años el debate en política y a nuestro pesar, basados en las tibias y pobres experiencias discursivas de nuestros dirigentes, hemos relacionado el debate con la confrontación violenta, descalificadora e insana. De esta forma, esta visión distorsionada de lo que realmente es el debate termina por anular los esfuerzos de organizaciones de todo tipo para proyectarlo como una herramienta necesaria en cualquier programa educacional.
Luego de la bullada reforma educacional el debate queda ‘adherido’ a los planes de enseñanza media como una técnica que pocas veces ve la luz de la razón. Se intenta entregar una herramienta que luego será un arma castigada por más de una institución.
Aquellos líderes secundarios que estuvieron en la retina de toda nuestra sociedad en esos confusos días de revolución pingüina fueron, en un número importante, destacados oradores en sus colegios, formando parte de sus propias sociedades de debate y por tanto, estudiantes informados e interesados del quehacer nacional. Pero al parecer la discusión política formal no ha aprendido mucho de ello.
¿Por qué es tan difícil separar opinión de violencia?
Aquí un círculo vicioso.
Cuando opinamos con criterio -y utilizando fuentes fidedignas- frente a alguien que no está informado, este se siente invadido, vejado, menospreciado –sin siquiera mediar algún ademán de superioridad- sea la situación que sea, nuestro interlocutor sentirá cierta animadversión contra la razón y de ahí a la confusión y a la violencia hay solo un paso. Es la muy bien llamada ‘Ignorancia’.
Cuando argumentamos sin saber, insultamos sin querer. Pero debemos hacernos responsables. La opinión vacía generalmente es sintomática y como tal no asegura necesariamente una conclusión válida. En otras palabras, cuando no sabemos lo que decimos nos exponemos a la luz de la razón, con lo invasiva y pretenciosa que esta pueda ser. Expuestos, la siguiente etapa es retractarse. Pero para eso hay que ser una persona íntegra y de valores bien definidos. ¿Estamos preparados para aceptar que nos equivocamos? ¿Podemos pedir disculpas sin sentir que nuestra ignorancia destrozará nuestro futuro?
¿Es tan importante estar siempre en la cúspide de lo razonable?
Es el muy pernicioso ‘Orgullo’
Hay otro momento en esta pendiente resbaladiza. Suele suceder que al tener la razón caemos en el vértigo de enrostrarla a nuestra contraparte como un axioma por el cual debemos ser venerados. La razón ilumina y muchas veces ciega. Cuando esto sucede pierde contexto se hace supra humana y por tanto deja de ser pragmática. Divide, aleja, se destruye a si misma y se queda en los libros pálidos de la ilustración.
Debemos tener la capacidad de enseñar y aprender a la vez, de moldear conciencias y estar dispuesto a ser moldeado. De lo contrario provocamos conflicto, odio y desazón.
Parafraseando a Lao-Tse, El sabio siempre se ubica en la posición más baja. La razón es el gallardo tallo del conocimiento, que tiene como raíz la experiencia y como fruto algo muy parecido a la verdad. Pero nunca es ‘la verdad’. Siempre es lo más razonable para un contexto determinado.
La violencia desaparece cuando aceptamos que la razón crítica es la que forja la humanidad en su conjunto. Aceptamos que somos parte de ese grupo y que un montón de verdades no sirve de nada si no hay un ser razonable que las impugne con propiedad. La democracia como ilusión de futuro no acaba con la discusión pública, más bien la promueve, porque de ese movimiento es que vive y crece.
No es el arma la que dispara, es uno mismo.
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a continuación expláyese y argumente con cierto grado de lucidez...