Como tantos otros lugares comunes dentro de la agenda noticiosa acerca de un hecho habitual y por tanto previsible hasta el cansancio se manifiesta durante estos días el descalabro sanitario que resulta de la expresión artística masiva denominada 'Mil Tambores' en la ciudad de Valparaíso, patrimonio histórico de la humanidad.
Así como los citadinos en los fines de semana largo y primeros días de vacaciones colapsan los pórticos de salida y más tarde de acceso a la ciudad y en pleno invierno la 'Gran Avenida' ofrece un panorama similar a la Venecia clásica, podemos anticipar que si hay algo que nos define como país en tanto a 'crianza', origen de la palabra cultura, son entre otras cosas el constante desprecio por el otro y el miedo al cambio. Vamos por eso.
Es común confundir cultura con educación, peor aún, confundirla con una cierta conducta ejemplar de un ciudadano que busca el bien de todos por igual y por tanto debiere respetar a sus prójimos sin miramiento alguno. Sin embargo cultura no es educación -o instrucción en ciertas materias- no tiene nada que ver con la acción docente formal, aunque esta más tarde podría condicionarla. Cultura sería el resultante de todo aquello que nos determina como país, o mejor dicho, salvando la molestia de ciertos grupos extremistas, como pueblo.
Y es que la cultura, parafraseando la Real Academia, no es más -ni menos- que la suma de todas las formas de vida y costumbres de una comunidad particular, no poniendo preferencias de ninguna especie respecto de si estas son buenas o malas, ilustradas o ignorantes, lindas o feas, dignas de orgullo o de desprecio. Cultura es todo, su etimología es más certera aún al referirse a lo cultivado, del latín cultus. Cultura sería aquello que crece en y con nosotros y que es producto de todos y cada uno de los procesos que nos llevan a ser personas en una sociedad en particular. La cultura no es Europa, la cultura es siempre acá mismo.
Si cada vez que hay un evento masivo tenemos desórdenes, es entonces el desorden o el descontrol respecto de la felicidad uno de los sellos culturales que nos definen, no sabemos lidiar socialmente con la alegría y la barnizamos de insolencia y desparpajo. Si cuando participamos de acciones en los espacios públicos ensuciamos todo lo que hay a nuestro alrededor, el desprecio por la vida en comunidad sería otro de los gestos culturales que determinan nuestra crianza social. Cada vez que esperamos el último momento del día para reflexionar acerca de causas urgentes, otra vez exhibimos una cuota de incompetencia racional propia de nuestros conciudadanos.
En defensa a nuestro orgullo de país -saben que es una hermosa ironía cuando digo esto- debo decirles que esos gestos, propios de una cultura, son muchas veces patrimonio de la humanidad. En muchos otros países, en mayor o menor medida, se sentirán aludidos también como nación ante reclamos de este tipo. No somos los únicos torpes, flojos, borrachos y sucios del planeta. No lo somos. (Aunque esto último no es motivo de júbilo necesariamente).
Cultura no es educación, no es un gradiente dentro de la escala de calidad de una sociedad. Cultura es la expresión misma de lo social y cada sociedad, por ende, demuestra su propia cultura por universal que muchas veces parezca.
Si usted escupe en el piso está demostrando abiertamente su cultura. Si es torpe para anticipar lo evidente, también. Cultura es la forma en que hemos sido criados, y aquí el hogar cumple una función esencial no endosable a la escuela, por tal razón la expresión de ese desempeño en el núcleo familiar será la que más tarde, conducida por el entorno social, determine cuáles erán las expresiones culturales que condicionen nuestro país.
Mientras tanto y tal como en 'el día de la marmota', tendremos que seguir cosechando un cultivo de estupidez, descuido e inmundicia día tras día.
La buena noticia es que la cultura puede, lentamente, cambiar.
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